El diario plural del Zulia

Venezuela, el país cuna que ve partir a sus hijos

Casi un millón de personas llegaron tras la Segunda Guerra Mundial. “Aquí pude tener mis casas”, dice Anna Bonucelli

El zumbido de los aviones rápidos y grises, que volaban como enjambre de abejas, se hacía cada vez más familiar para Anna Carla Bonucelli, quien vivió a solo 20 kilómetros de donde se desarrollaba
parte de la Segunda Guerra Mundial, en 1945.

La joven de 18 años se arrojaba en el campo a cielo abierto junto con toda su familia sin otro tipo de protección.

Buscaban que al menos su casa, en el municipio italiano Carrara, en la región sureña de Toscana, no se les desplomara encima. “Como había mucho terreno, nos acostábamos allí y nos sentíamos un poco más a salvo.

Pero era mentira, uno corría peligro allítambién”, recuerda hoy, a tres meses de cumplir 90 años de vida.

Anna es una de los casi 300.000 italianos que ingresaron a Venezuela durante la postguerra para encontrar un lugar económicamente más próspero.

A su llegada, en 1956, halló cobijo junto con españoles y portugueses, unos 920 mil europeos arribaron al país entre 1948 y 1961.

Le cuesta creer que ese mismo refugio hoy sea blanco de una diáspora sin precedentes, con la partida de más de 4 millones de personas -618 por día- en solo 18 años, según una encuesta de Consultores 21.

El estudio de la firma revela que, sin embargo, el 50 % de quienes se fueron desea regresar
al país que los vio nacer.

“Mi hijo todos los días dice que se va del país, yo no me voy. A esta edad, ¿a dónde voy? Si acaso que lleven mis cenizas a Italia cuando muera. También uno ya está acostumbrado aquí”, expresa Anna, sentada en el sofá de su apartamento, en la urbanización La Trinidad de Maracaibo.

Su acento sigue intacto, a pesar de llevar más de 60 años en la “Pequeña Venecia”.
No es fácil emigrar Más de 10 años después de la guerra persistían los campos minados y la destrucción, principalmente en los pueblos del sur de Italia, como Carrara, caracterizado por ser fuente de piedras de mármol.

Europa todavía estaba sumergida en la crisis de la postguerra, que inició el 1 de septiembre
de 1939 y duró seis largos años.

Con 28 años, Anna viajó a Venezuela durante 15 días y 16 noches en un barco de carga entre cientos de personas, no sabe exactamente cuántas. “Solo sé que estábamos en cubierta.

Había una camita para mí y para mi hija Patricia, quien tenía solo cinco años en ese entonces”, relata la mujer rubia de ojos verdes y tez clara, quien vivió la época de Benito Mussolini y
Adolf Hitler.

Así, en calidad de migrante, llegó al puerto de La Guaira para reencontrarse con su esposo Gino Salata, quien arribó a Venezuela un año antes  y trabajaba para la compañía petrolera Creole.

Allí estuvieron durante unos meses. Luego se trasladaron a un cuarto en Punto Fijo. Ella cocinaba
para cuatro hombres con el fin de obtener ingresos económicos adicionales
a los de su cónyuge.

“La dueña de la casa, que era italiana, me dio un filtro y una cocinita a gas. Todos los días compraba hielo a un bolívar e iba a un mercado italiano que estaba cerca. Yo planchaba para esos cuatro hombres. No crea usted que fue fácil, también por el habla, aunque había muchos extranjeros. No
es fácil llegar a otro país. Hubo tristeza los primeros años por la ausencia de los míos”.

Un segundo hogar La familia estuvo en Punto Fijo durante siete años. Allí nació el hijo
menor, Diego, en una clínica recién construida cerca del campo de la empresa Creole. Anna regresó a Italia por tres años, debido a que su hija mayor contrajo hepatitis.

Su esposo Gino además se dedicaba a vender leche a los trabajadores de la Creole. Con el tiempo, la competencia creció y las ganancias disminuyeron, por lo que se vio obligado a trasladarse a Maracaibo.

Anna y su familia llevan ya más de 40 años en la Tierra del Sol Amada y asegura que adora Venezuela.

Los Salata Bonucelli echaron raíces. El nieto menor, Santiago, de cuatro años,
nació en la capital zuliana.

“Tengo muchas amistades aquí. Conozco más a Venezuela que a Italia porque he hecho varios tours. Cuando uno ya está establecido aquí, volver a Italia para montar una casa es difícil”, asevera, aunque tiene su pasaporte italiano al día. Extraña a su hija Patricia y al resto de sus nietos, quienes migraron a Estados Unidos por el alza de precios en la tierra de Simón Bolívar.

“Como en guerra” Durante los últimos nueve meses de conflicto bélico, Anna durmió en grutas de montañas y galerías, que son túneles por donde transitan los trenes. Había gente que tenía vacas.

Así conseguían la leche que añadían a la harina de castaña, recogida del bosque o en la cumbre de las montañas.

“De día uno salía, se lavaba un poco, hacía la comida con sus padres, hermanos, abuelos y tíos. Cuando sonaba la alarma por la noche podíamos regresar a nuestras viviendas, pero el sonido durante el día era para alertar que debíamos escapar”, rememora, como si todo hubiera ocurrido ayer.

Durmieron sobre colchones y en establos. “Había mucha hambre y sufrimiento. Mi hermana nació en 1940, cuando explotó la guerra. Ahora va a cumplir 78. Otro hermano nació en 1943, en plena guerra”, señala.

El padre de Anna, Emilio Bonucelli, era voluntario de la Cruz Roja. Con su uniforme de militar y cruz de salvamento salía en carretas a caballo para recoger cientos de cadáveres. “En los hospitales no había nada, como ahora en Venezuela. Un tío estaba en la boca de la galería cuando se acercaron
los cañones y una esquirla le cortó los nervios del brazo. Con ayuda de una persona lo llevamos a un hospital, donde le colocaron pintura de yodo.

Le dio una infección horrible”, dice, mientras muestra una desteñida foto a blanco y negro.
Anna afirma que la “fiebre por su tierra” nunca le ha pasado. “Yo quiero que me cremen y que me lleven a Italia cuando tengan la oportunidad aunque tengo una parcela en el cementerio
San Sebastián y me siento cómoda aquí en Venezuela”. Para ella, el sacrificio inicial se debe a que llegó “con las manos vacías”, pero fue en Venezuela donde pudo comprar hasta cuatro casas. “Claro que he sentido a Venezuela como mi segundo hogar”, reitera con seguridad.

Sobre la situación actual del país que un día le dio cobijo, expresa: “Pienso en la esperanza. Ustedes los jóvenes tienen que luchar bastante todavía. Van empezando. Los sacrificios
enseñan muchas cosas”.

 

 

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