El diario plural del Zulia

Siete familias esperan por casas del Gobierno

Si no las tumban no les harán nada”, esa fue la sentencia que recibieron siete familias del sector Capitán Chico, en Santa Rosa de Agua. Hablaban de las viviendas. Algunas estaban hechas de latas de zinc, acerolit e incluso de concreto. Vivían en condiciones precarias, aunque cómodos dentro de sus posibilidades. Ahora quedaron a la intemperie, sin hogar y con pedazos de terrenos destinados a su suerte.

Así llevan dos años. La promesa ha sido incumplida una y otra vez. Fue la Misión Saber y Trabajo, a través de la ministra para las comunas –hasta el pasado sábado– Isis Ochoa quien se comprometió con las familias para la construcción de viviendas, en conjunto con la Gran Misión Vivienda Venezuela.

Para entonces, los sueños de cada residente parecían hacerse realidad. Todo sucedió en julio de 2014. A la semana del ofrecimiento llegaron varios sacos de cemento, tubos para techos, cabillas, puertas y ventanas.

“Yo hasta cedí un espacio de terreno para la construcción del supuesto espacio de paz que iban a hacer”, dijo Zaida Medina quien estaba sentada en el patio de la casa que le prestó un vecino para que viviera junto a dos hijas, siete nietos, y dos yernos. Son 12 en total.

Su vivienda era de concreto. El terreno era grande y los encargados de la Misión le pidieron un pedazo para culminar la estructura. Ella accedió. Lo hizo a cambio de que le construyeran un anexo a su hija. Mientras tanto, todos viven en una casa prestada donde un solo cuarto es el espacio de descanso para los 12.

Hace cinco años, teniendo 51 años, a Zaida la sorprendieron dos accidentes cerebrovasculares. Debe vivir bajo un sistema de alimentación balanceado, sin estrés ni depresiones. En la mano derecha siempre tiene empuñado su bastón de madera, a él se aferra cuando quiere llorar. “Nos dijeron que nos iban a hacer las casas y estamos esperando. Esta casa que nos prestaron se llueve toda. Hemos llenado un tanque completo con lo que sacamos”, cuenta mientras se dirige al cuarto donde se evidencia el hacinamiento. Allí está durmiendo una bebé de tres meses, frente a un ventilador sin protección.

Hace algunas semanas Brixio Urdaneta, yerno de Zaida, tuvo que invertir de lo poco que gana en sus trabajos diarios para solucionar un problema eléctrico. Un cable hacía contacto con unas de las láminas de zinc del techo del hogar donde residen y toda la casa estaba conectada a la corriente. “Esto es fuerte para mí como padre porque ya nos están desalojando y es lógico. ¿Para dónde vamos a agarrar?”.

En la otra calle de arena se ven los pequeños espacios vacíos. “Se tuvieron que ir a vivir alquilados”, manifiesta Águido Oquendo, vecino de la comunidad.

Otros, con menos recursos, levantaron sus láminas de nuevo para hacer viviendas más pequeñas. Es el caso de Yoerlin Terán quien junto a su esposo levantó cuatro paredes. Ahí duermen con sus dos hijos, de siete y 10 años de edad. Han sufrido aguaceros que los obliga a quedarse en las dos camas que tienen. Evitan tocar el barro que se forma porque el piso es de arena. En cada lluvia a Yoerlin se le han dañado dos televisores y el microondas. Solo se le ha salvado la nevera, suerte con la que no corrió Zaida quien además debe comprar hielo a diario.

Por ahora continúan esperando una respuesta efectiva del Gobierno nacional. No la hay. Lo que sí existen son los materiales arrumados, al igual que la esperanza y el desengaño. Existen necesidades y preguntas.

 

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