El diario plural del Zulia

El rastreo de una píldora en Las Pulgas

El sonido producido al agitar un blíster del anticonvulsivo Tegretol se asemeja al movimiento de la cola de la serpiente cascabel, cuando sus segmentos se frotan unos contra otros en escenarios de amenaza. Chac, chac. El instrumento parece ser el espacio que queda entre el aluminio de la empacadura y la cápsula en sí.

Una mujer con cabello en moño, espalda descubierta, piel morena, baja de estatura y con sobrepeso— mueve tres cajas de Tegretol de lado y lado, varias veces. Aún no paga, cuenta el dinero como si estuviera en la sala de su casa. Está por entrar al mercado de antaño de la ciudad. Negocia el precio. Chac, chac. Cuatro mil bolívares.

Y entonces se adentra a Las Pulgas. El mapeo del unicentro Las Pulgas se hace por olfato. Como buen lugar abierto, deja circular los olores. Debido a la sobrepoblación de comerciantes —más los visitantes diarios— aquello se convierte en una paleta de aromas.

Se llega al “departamento” de los medicamentos si se aspira primero los hedores de la carne sangrando y se sienten en la nariz las especias y las frutas muchas veces en proceso de descomposición.

Por ahí camina la mujer de baja estatura. Chac, chac. Busca revender el Tegretol que hace minutos compró a un “colega” en cuatro mil. Tiene un precio en mente: 6 mil 500.

En avenidas, pasillos, calles y veredas se divide el mercado popular. Mil 800 mercantes censados en la Asociación de Comerciantes Minoritarios de Las Pulgas (Asopulgas) venden víveres y frutas, productos de higiene, comida, útiles escolares, bisutería, carnes e implementos de cocina. También medicinas. Dos 2.200 vendedores trabajan al margen de la organización.

Aunque Asopulgas apunta a que hay entre 40 y 50 mesas con analgésicos, antibióticos, anticonvulsivos, antidepresivos, antimicóticos, anticonceptivos, antiin amatorios, vitaminas, quimioterapias, antiespasmódicos, antialérgicos y antihipertensivos, la mujer de baja estatura camina entre más. Deja atrás las mesas como la serpiente de cascabel cambia la piel.

Entre tanta gente, cualquier fármaco puede hallarse. Sin Registro Sanitario.

Red organizada La escasez de medicinas en el país es de 85 por ciento, según la Federación Farmacéutica Venezolana (Fefarven). En las farmacias comerciales solo hay antigripales y uno que otro analgésico nuevo, como Diklason.

La mujer de baja estatura sirve como modelo original, como pauta que se reproduce por todo el mercado a la hora de comprar y vender medicinas. Como ella, 20, 30 o más. Es como la jefa de un grupo que se encarga de contactar a los distribuidores de medicamentos. Si usted quisiera ofrecer un par de antibióticos para la venta, tiene que contactar a la mujer de estatura baja o cualquiera de sus súbditos para concretar.

Ella se mueve por pasillos en los que apenas se puede caminar. Se tropieza con cada paso. Si un hombre de peso y estatura promedio —1.70 de estatura, 75 kilos— lo intentara, derribaría cajas y cajas de píldoras. Las grandes mafias pagan por los récipes. A doctores y farmacéuticos. También van gerentes de farmacias a ofrecer “mercancía seca”, sin facturación; eso lo afirma “El viejo”. Son los mayoristas de las medicinas. Los precios los ubican cuatro o cinco mil bolívares por encima del costo legal.

“El viejo” estuvo hace tres semanas en Caracas durante cinco días, ubicando antibióticos y analgésicos. No lo logró. Regresó porque recordó lo que su amigo “El gordo” le dijo antes de partir: —Yo todo lo consigo aquí sentado, quedate tranquilito.

A los lados de la mujer de baja estatura circula mucha gente. Muchachos, veinteañeros con bolsas negras. El contenido es restringido. Solo “los mayoristas” saben que son medicinas. Así las ofrecen, previo contacto con la mujer de baja estatura. 

—¿Queréis Coraspirina?— anuncia un jovencito wayuu.

Desde hace tanto Rosa Campos no veía aspirinas. —Tengo los tarritos de 16 pastillas en 1.500— insiste el muchacho.

Los comprimidos de 500 mg tienen como principio activo ácido acetilsalicilico. Están indicados para prevenir enfermedades cardiovasculares y cerebrovasculares infarto agudo del miocardio, angina de pecho, isquemia cerebral, hipertensión.

Rosario va con receta en mano. Como todos en Las Pulgas. Tal cual una farmacia. Hace un año sufrió una angina de pecho. Aún no llega al puesto de “El gordo”. El wayuu vuelve a preguntar: —¿Queréis o no? —Sí, dame cinco tarritos— cede “El gordo”.

Luego de diez minutos, llega Rosa. —¿Qué precio tiene la Coraspirina? —4.000. 16 píldoras de 500 mg. —Me da un frasco, por favor. Aquí los precios se triplican: si un medicamento cuesta 1.000 bolívares, en Las Pulgas lo venden en 4.000.

La avenida 14 del casco central divide al Mercado Periférico, centro comercial Plaza Lago y el Unicentro Las Pulgas. Por este lindero estaba la mujer de baja estatura cuando compró las tres cajas de Tegretol.

Un pasillo introduce al caos: gente apresurada, charcos de aguas servidas, restos de comidas, desniveles en el piso de concreto mal acabado y centenares de hombres con cicatrices en la cara. Todos parecen comunicarse. Son una red organizada.

Allí el dinero se cuenta como si se tratase de los espejitos que los españoles le dieron a los indígenas en la época de la colonización. Las máquinas para contabilizar los billetes nunca dejan de sonar. Como las cajas de Tegretol. Chac, chac. Mujeres mestizas, en mantas, se humedecen los dedos cada dos segundos y mueven sus manos con destreza. Parecen una fotografía en movimiento sugerido.

Todo se maneja en efectivo: no se puede dejar registro electrónico. Nada que levante sospechas.

Por la avenida 14 entró la sobrina mayor de Raiza Sulbarán. De no estar en cama con un daño cerebral, habría ido ella misma a buscar Meropenem para combatir una nueva infección en la orina y en los riñones.

Este antibiótico de amplio espectro también trata meningitis y neumonías. Por eso es tan buscado. Y tan costoso. Cada ampolla en farmacias Saas, 36 mil bolívares. En Las Pulgas le subieron cuatro puntos. Y en Las Playitas, en el único quiosco que queda donde venden fármacos, le bajaron 16 puntos.

La falta de antidepresivos repunta. No hay en el país carbonato de litio, apunta Freddy Ceballos, presidente de Fefarven. La mezcla funciona muy bien en pacientes con trastorno bipolar, alteraciones de personalidad y el trastorno esquizoafectivo, incluso en alcohólicos. La mujer de baja estatura resuena las tabletas anticonvulsivas: chac, chac. Ya encontró comprador.

Arcila Méndez no tiene carbonato de litio. Está en cama. Carla, su hija, hace el almuerzo, asea la casa, la obliga a comer y a bañarse. La señora de 55 años solo quiere permanecer quieta, envuelta en sábanas, mirando a un punto inamovible.

Carla entró a Las Pulgas por la avenida 12, frente al centro comercial San Felipe. Llegó hasta la calle 101 guiada por los olores. Allí se acumulan las mesas con medicamentos. Empezó por percibir el aire. Más tarde, lo maduro de las frutas y lo concentrado de los víveres. Se tropezó con la mujer de baja estatura. Chac, chac. Siguió.

Cuando inhaló la clase de olor que sale del consultorio del odontólogo, dejó de caminar. Calle 101.

Organizaciones que agrupan a comerciantes del centro de Maracaibo, ubican las zonas donde más venden medicamentos así: Las Pulgas, 30 por ciento; Las Playitas, La Curva de Molina, el Mercado Periférico y el Simón Bolívar, 70 por ciento.

En la avenida 12, San Felipe, frente a las torres petroleras, hay 35 mesas en las que se expenden fármacos sin Registro Sanitario.

Carla pregunta si hay carbonato de litio en el mismo lugar donde la mujer de baja estatura vende la primera caja de Tegretol. La respuesta: no.

Quedan dos cajas, cuatro blíster. Sigue moviéndose con soltura. Pasa la calle 101. No hay venta. Llega hasta la parte de las ferreterías, casi en el malecón, y vuelve a dibujar el camino de vuelta al negocio del momento. Se cree con poder.

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