El diario plural del Zulia

Los rostros del hambre en el sector II de Las Trinitarias

Denuncian que las misiones no funcionan en la barriada zuliana. En la zona manifestaron que las personas que no están inscritas en el censo de alimentación, no tienen derecho a la comida.

Caminan por calles y avenidas de arena. Sus rostros están quemados por el sol y la piel en muchos casos develan la inadecuada higiene que tienen. Sus bolsillos no dan para más. Hablan del hambre. Comentan lo que tienen que vender para sobrevivir, mientras sus ojos se llenan de lágrimas y las uñas son las víctimas de sus angustias, de sus ansiedades.

La mañana se hace muerta y las ollas encima de sus hornillas improvisadas y ya desgastadas por el tiempo, solo llevan en lo interno agua, algunas especias y espagueti. “Lo hago para que me rinda y darle a mis hijos. Paso días sin comer y me duele el estómago”, es Ana Cardozo la que habla frente a su vivienda.

Una estructura desconchada por el sol. A su lado tiene a María Alejandra, la tercera de sus hijos. Tiene 13 años y en la piel la escabiosis se hace presente. Con sus pies descalzos la niña sale a recorrer el sector II de la comunidad Las Trinitarias, ubicado en las adyacencias de Los Bucares. De casa en casa busca alimentos para llevarle a su madre y a su hermano menor, de 9 años, Juan Diego.

Los vecinos de la comunidad solicitan al Gobierno mayor atención y la incorporación en las misiones de las que han sido excluidos durante años.

El pequeño también está al lado de su madre con el rostro manchado de negro. Sale unos segundos y regresa con media arepa. La mastica con gran gusto, aunque no tiene relleno. Al lado de Ana siempre. Ellos la custodian porque la madre, de 48 años, en cualquier momento podría morir.

“Sufro de ataques de epilepsia desde jovencita. No tengo los medicamentos y el doctor me ha dicho que en uno de esos ataques podría morir”.

Son tres horas las que se ha quedado desmayada, mientras sus pequeños contemplan su ida. Le toca pedir en el casco central de Maracaibo. Lo hace para poder llenar su estómago, el de Juan Diego y María Alejandra.

Los mayores no le preocupan, son independientes. “Mi hijo de 21 años tiene retraso, él vende chucherías pero no me ayuda porque él no sabe lo que sucede en el mundo”, cuenta Ana. Ha perdido todas sus piezas dentales por los incontables episodios de epilepsia.

No puede aguantar sol por la salud. También es hipertensa. Desde la molestia e impotencia, Ana esboza que “el consejo comunal no me quiere vender comida porque dicen que no pertenezco a esta zona y yo vivo aquí desde que mis padres murieron, hace tres años”. Mientras no le venden en el Mercal ella no come, su esperanza está en el bolsillo de los citadinos que van en buses o compran en el centro. Muestra sus récipes médicos y se compadecen de la mujer.

María Alejandra perdió el año escolar por falta de alimentos para asistir a la institución, está en tercer grado al igual que Juan Diego.

La insegura soledad

María Morillo vive a una cuadra de Ana. Es trujillana y sus 84 años la han hecho fuerte. Así lo exclama. Ha tenido tres accidentes cerebrovasculares y un infarto.

“Pasen, estoy muy contenta de que estén por aquí para ayudarme”, dice la abuela al equipo de Versión Final.

Su casa hecha de láminas de zinc está de medio lado. Al menos la resguarda de la lluvia y del frío, aunque no de la inseguridad ni del hambre. Dos camas se encuentran en una sola pieza. La nevera dañada por los “apagones” está arrumada en el patio. No come pollo desde hace dos semanas, cuando llegó el Mercal “casa por casa”.

Siete mil zulianos habían sido beneficiados en el estado Zulia con los CLAP hasta el mes de junio. Así lo informó ante los medios Maylén Medina, presidenta de Fundamercados.

Unos ventiladores reposan encima de los colchones de goma espuma donde duerme ella, y en ocasiones una nieta de 15 años.

“Yo lo que pido es mi casa. Hace un año fui censada y nada, no me llega la casita”.

Un día antes de la entrevista había llegado una jornada de alimentación. Cuatro mil 100 bolívares salía el paquete. No traía proteínas. Un litro de leche fue la cena de la abuela María la noche anterior. Su esfuerzo fue como los de antes. Tuvo que vender unos platos de su vajilla para poder comprar comida.

“Si desayuno no almuerzo, si almuerzo no ceno. Cuando no, comemos arepa con mantequilla sola”, explica.

Ana y María son solo algunas de las personas que más necesitan en el sector. Cansadas del olvido gubernamental solo esperan la ayuda de Dios. No quieren dejar de luchar, solo quieren dejar de ser los rostros del hambre de esta sociedad.

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