El diario plural del Zulia

Las raíces que la migración venezolana no puede cortar

“Me quedo porque aún tengo fe”, expresa un venezolano de origen europeo. El amor a la tierra cuna se mantiene intacto

Vitino Pascazio, de ascendencia italiana, no cambia el calor de su hogar en Venezuela por regresar a una vida económicamente más estable. A sus tres años de edad, sus padres lo llevaron, junto con cuatro hermanos, a vivir en Italia. Allí permaneció durante sus siguientes 34 años de vida. Y volvió al país caribeño para formar su propia familia, no para hacer maletas de despedida dos décadas más tarde.

La crítica situación económica que atraviesa Venezuela -según el Parlamento nacional la inflación se sitúa en un 6.147 %- no pulveriza su anhelo de ser testigo de un mejor porvenir, aunque en lo que va de año tres de sus 10 vecinos más cercanos dejaron el país y progresivamente disminuya la población estudiantil de la Universidad Católica Cecilio Acosta (Unica), donde queda el cafetín en el que trabaja de lunes a sábado.

Su apellido y acento europeo despistan su origen. El hombre de 57 años, tez blanca y ojos claros, es oriundo de Táchira, San Cristóbal, al igual que su madre. Su padre es de Bari, capital de la región de Apulia, en el sur de Italia. “Todos los días alguien le pregunta a mi esposa por qué no nos vamos a Italia si tenemos familia allá. Pensar en eso me da dolor. Me quedo porque aún tengo fe en el país”, dice Don Vito, mientras sirve un té a un estudiante.

Dejar atrás los frutos recogidos tras una larga siembra no es opción para Vitino. Sus parientes en Europa le manifiestan que podrían recibirlo y costearle el pasaje de partida. Pero los lazos formados en Maracaibo, donde nacieron sus hijas, Daniela María, de 16 años, y Vanesa Francesca, de 17, son difíciles de romper. “Nada es duradero, ni los problemas del país”, afirma. La raíz es el comienzo de todo.

El inicio del árbol

Para el ser humano es difícil desenraizarse, explica el psicólogo Reinaldo Gutiérrez, quien se dedica a otorgar terapias familiares. De acuerdo con el experto, radicarse en otro país incide en los sentimientos de autonomía y de autoestima del individuo en cuestión. “No todos se adaptan a estar fuera; por eso mucha gente regresa y otros desean quedarse en su nación, donde están sus familiares y amistades, que son un apoyo importante a nivel interpersonal, independientemente de la crisis”.

Vitino prefiere persistir donde ha asentado sus bases, las raíces de su vida, como las de un árbol, que no se desprenden aun cuando el viento en contra golpea con fuerza.

Según el especialista, la personalidad se forma antes de los cuatro años de edad; etapa en la que comienza la comunicación efectiva. Así es como el infante se adapta al lenguaje de la gente que le rodea, al tono de voz de la abuela y a las costumbres que luego añorará, como le ocurre a Vitino. También influye la resistencia al cambio, que en cada individuo se presenta en distintos niveles. “Algunos tienen la posibilidad de establecerse en otro lugar; pero prefieren su tierra natal o su zona de confort”.

Labrando el camino

Abdul Assad trabaja en el negocio que su familia cimentó en los años 70, cuando partieron de la República Libanesa para establecerse en Venezuela.

En un pequeño local al frente de una casa en el sector 18 de Octubre, emprendieron una venta de víveres que rápidamente prosperó. El país les proporcionó estabilidad, se convirtió en su segunda casa, como la de miles de personas en esos años. “Nací aquí y aunque ahora todo esté difícil no dejaría Venezuela. La forma de ser de su gente no se compara con la de otras personas en el resto del mundo”, manifiesta el hombre de linaje árabe.

Desde 2017, el sociólogo Tomás Páez, máster en Planificación por la University College de Londres, efectúa entrevistas a una muestra de más de 4.000 venezolanos que residen en el exterior. El escritor de La voz de la diáspora venezolana también conversa con personas que migraron a Venezuela en tiempos de bonanza.

“He escuchado a italianos decir que no volverán a Italia porque es regresar a un lugar donde ya se sienten extraños. Luego están los amigos y la familia que tienen en el país al cual arribaron. Desenraizarse es muy difícil para el ser humano”, coincide con Gutiérrez.

Páez señala que algunos no desean abandonar el país porque tienen “ganas de pelear” para salir adelante. Explica que una nación, ciudad o localidad es una red de relaciones humanas, no meramente un punto geográfico. “Son esas conexiones que se construyen en primaria, bachillerato, la universidad y el trabajo. Desembarazarse de todo eso es muy complicado porque esas parrillas, encuentros, llamadas y contactos, son el capital social de un ser humano”.

El académico, quien vive en España y conoce la migración en carne propia, afirma que no es fácil echar raíces en el territorio de acogida. “Es dejar tus mañas, el lugar donde has vivido los últimos 20 o 30 años y de pronto mudarte a una nueva realidad o cultura. Incluso en los espacios en los que hablas la misma lengua hay matices y cosas que tienes que aprender, como a qué horas puedes llamar y a qué horas no”, comenta.

Al preguntarle a Vitino por qué quiere permanecer en Venezuela, el hombre deja de sacar cuentas, sonríe levemente, traga grueso, se le humedecen los ojos y finalmente contesta: “Me quedo porque tengo fe, me quedo porque tengo esperanza en el país”.

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