El diario plural del Zulia

La “hija” que siempre protegió el Dr. Pedro Iturbe

“Mis huesos se enfermaron de tanto coger candela”. Su mente está lúcida, pero su cuerpo se desvanece entre las líneas arrugadas que delatan su andar en tierras sanfrancisqueras.

Estaba acostada, no camina desde hace cinco años cuando se cayó y su fémur dejó de soportar su peso. Ramona Toyo es la fundadora de las calles adyacentes al Hospital General del Sur. Ahí construyó su hogar y formó su familia.

Llegó a Maracaibo en 1964, lo recordó intacto. Un primo se la trajo desde Punto Fijo, estado Falcón. Le dijo que construían el Sanatorio y el trabajo estaba garantizado. No había nada, era puro monte aquello. Subía la mirada y recordaba.

Se aferró de nuestra mano y nos contó sobre la pérdida de uno de sus ocho hijos. Reveló que lo mataron, y con la mano empuñada reafirmó que era inocente. “Dios sabe por qué hace las cosas... Soy cristiana”, soltó al oído, con lágrimas.

El terreno le costaba 20 bolívares, pero no los tenía. Su primo se lo dejó “fiado” hasta que lograra el dinero; por eso se concentró en trabajar. Tenía a todos sus hijos estudiando y una casa que comprar. Vendía empanadas, pasteles y almuerzos a cinco bolívares, “con refresco y todo”. Mientras construían el Sanatorio, Ramona les preparaba comida a unos 150 hombres de día y 40 en las noches.

Inagotable, así ha sido el pasar de Ramona por el municipio San Francisco. Se acaricia las manos y saca cuentas. “Me acostaba luego de desmechar ocho kilos de carne, hacer el melao y picar las verduras”, rememoraba con cansancio, pero sonriente, pues “se hacían colas, venía un gentío a comprar todo lo que se hacía”.

Amiga de un grande

Trabajaba mucho, pero el dinero no le daba para criar a sus pequeños y pagar el terreno. A la zona llegó el ilustre doctor Pedro Iturbe, quien para la fecha lideraba las autoridades médicas del Sanatorio. Iturbe la protegió de todos y hasta le cedió el terreno que no había podido pagar. “Era su hija”, expresó orgullosa. “Una vez me intentaron sacar porque no quería pagar el agua, decían ellos, pero el doctor Iturbe dijo que no se metieran conmigo porque yo alimentaba a todos sus pacientes y muy bien”, lo mencionó y lloró un poco más. Dibujó con sus manos un puñado de cruces y confesó rezarle todas la noches. “Le pido que me cuide, porque en esta vida las ánimas nos libran de los vivos”.

Se intentó parar de la cama, pero necesitó la ayuda de una de sus hijas mayores. Sintió pena de estar vieja y tener tantos años.

La gente que pasa y la ve tomando sopa o café la saluda con besos y abrazos, pero ella no los recuerda de inmediato y necesita palparlos para reconocer rasgos porque su visión se está apagando.

Aferrada a lo de ella

La casita tiene dos entradas, la segunda da a la cocina. A la izquierda, un pasillo amplio sin “alcabalas” para que no tenga más impedimentos en su andar, más que su silla de ruedas que a veces se tranca. Está desgastada.

Desde su cama imparte órdenes sobre las habitaciones en alquiler que logró construir, sus dos quioscos y su casa. Todo lo organiza y deben rendirle cuentas. “Siempre necesitaré mis cobritos porque siempre he sido trabajadora, así esté aquí amarrada a esta cama yo tengo que trabajar”.

El amor se le fue hace cinco años. Su Virgilio falleció y desde entonces ella ha recaído en enfermedades, ninguna grave, pero el sentimentalismo es fuerte. “Al tiempo de él fallecer, me caí, muchos huesos me fallan, por eso no camino, pero yo seguí cocinando, ahora hace poco es que no me dejan hacer nada, pero igualito yo mando”, añadió con firmeza.

Le derrumbaron la vida

Hace algunas semanas, maquinarias de la Misión Vivienda Venezuela llegaron a su casa. Eran las 4:00 de la madrugada. Le derrumbaron sus quioscos.

Ramona siempre le ha temido a la inseguridad que abunda en la zona, por eso se despertó, pero no pudo moverse, la sacaron de emergencia.

“Todo se caía, me tumbaron todo, me dejaron sin lo que he logrado”, contaba con lágrimas.

Está molesta. El caso le acelera la vida y solo pide que no la saquen de ahí, que no se la lleven de lo que para ella es su vida y debe ser su lugar de partida.

“Todo el mundo me conoce, todos me quieren, soy de aquí, esto es mío”, insistió varias veces.

Cumplirá sus 95 años este 16 de junio y esta vez no pedirá una gran celebración, como las pasadas. No quiere que la lleven a granjas ni mucha música de los años de antaño. Se acomoda en su silla, respira y solo pide volver a coser chinchorros de esos que llegó a vender en esa misma calle del sur, por solo 60 bolívares. Cada vez que puede pide que la saquen al frente de su casa, y mira a la distancia ese gran hospital al que le dio tanto y hoy solo la llena de nostalgia y fe, porque “el doctor Iturbe no permitirá nunca que nada malo me pase”.

 

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