El diario plural del Zulia

La danza de supervivencia de los wayuu en Maracaibo

Los wayuu que habitan al oeste de Maracaibo comen solo maíz en sus días más duros. Si es necesario que en la danza de la yonna la señorita wayuu derribe al hombre, se hace imperante que en veinte rancherías indígenas del oeste de Maracaibo se derrote el hambre.

Hace cuatro días fue 12 de octubre. En el asentamiento La Guajirita I bailaron yonna y expusieron piezas artesanales en el I Encuentro de Interculturalidad. Es la parroquia Idelfonso Vázquez, una de las siete jurisdicciones que conforman el oeste de la ciudad, donde se concentra 70 % de la población wayuu venida de La Guajira venezolana y colombiana. El asentamiento wayuu más grande de la ciudad es La Plateja, parroquia Venancio Pulgar.

—Tomen— se deja escuchar una joven de manta azul y un sombrero de tejido grueso adornado con flores. Son cinco taparas con chica de maíz y una adicional con un dulce de granos de mazorca tostado y molido mezclado con azúcar. —A veces es esto lo que comen en el día los paisanos— dice Alfredo Gonzá- lez, secretario general de la Organización Nacional Indígena de Venezuela.

Al otro lado, en la carretera vía a La Concepción, hay un liceo cuya sede es la naturaleza verde propia de asentamientos agrícolas y un sinfín de necesidades: agua, red de cloacas, asfaltado, alumbramiento público y hambre. Sobre todo hambre.

A la vuelta, las parroquias Idelfonso Vázquez y Venancio Pulgar. A todas las comunica la cañada Fénix y otros caños que más allá de alejar las aguas fecales de estos poblados indígenas, las acercan. No hay trabajo formal. Las mesas con crema dental, papel higiénico, toallas sanitarias, pañales, arroz, harina PAN y azúcar parecen hormigas en la miel.

En el asentamiento de Brisas del Norte está Luzmelia Villadiego con cuatro hijos. Sufre sin escuelas, sin ambulatorios y sin las tres comidas del día. También está Nilva Yarelys Montiel, quien lucha porque su barrio sea visible y porque se sepa que en seis meses han muerto dos niños por desnutrición. Allí habitan 346 familias de paisanos distribuidos en cinco sectores.

—Un punto importante y triste para el wayuu: la sectorización— salva Néstor Llerenas, activista indígena colombo-venezolano. Resulta que dividirlos en sectores les ha hecho daño. El wayuu no acepta linderos. En su mente es inexistente cualquier línea que determine dónde acaba o comienza un territorio. La Guajira es una: la gran nación wayuu.

—Yo vi que allá en el sector tres le bajaron recursos para hacer obras sociales, pa’ casas, colegios (…) Y pa’ nosotros, nada (…)

Los consejos comunales crearon eso y nosotros somos una misma comunidad— agrega Nilva Yarelys Montiel al escuchar la intervención de Llerenas. Luzmelia Villadiego interviene.

—A los de aquel lado sí les llega todo (…)— manifiesta en tono denunciatorio.

La hija menor de Villadiego avista un burro maniobrado por un paisano que arrastra una carreta. Ese es el camión de la basura del asentamiento; es por ese animal y ese indígena que a veces no queman tanta basura.

La niña corre con pies libres. Levanta arena con los dedos y grita: —¡Caballo!—. Sonríe.

Es toda la diversión que tendrá por ese día.

 

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