El diario plural del Zulia

La danza de la supervivencia

El olor de la profundidad de la tierra es parecido al del mercado Las Pulgas cuando llueve. Olores mezclados, concentrados. Se camina rápido: pareciera que de eso dependiera tu vida, porque uno se queda frente a frente con desconocidos cuyas caras exhiben orgullosas una cicatriz. Se llega a estar tan juntos como si a continuación siguiera un baile. Se entra y se camina con la certeza de que no se sabe si se saldrá bien.

—Decile a la chama que se ponga el bolso pa’ lante y vos, vos pasate los celulares y tu cartera pa’ los bolsillos del frente porque los están cazando (...). —¿Ah?—Hacelo, no me miréis y no te le despeguéis a la chama. La muchacha, tras desvanecerse por cinco segundos, se apoya en los hombros de su acompañante para no caer.

—Dale mi amor, camina; yo sigo detrás de vos. Buscan una quimioterapia que se llama Emthexate. Caminan muy juntos, casi uno encima del otro. Con cada paso, la muchacha le pide a su acompañante que regresen al carro, que vuelven luego, tal vez al día siguiente, no sabe, pero hoy ya no soporta más la presión de ser observada. La muchacha ni siquiera pregunta por el fármaco. Es el hombre que la acompaña quien se encarga de buscarlo entre las 50 mesas con medicamentos que alberga la calle 101 de Las Pulgas.

—Compa’, ¿tenéis Emthexate? —No. Continúan el camino. La regla de oro en Las Pulgas es caminar con seguridad. Pretender que se sabe de memoria cada vericueto. Preguntar como si no fuera la primera vez que se enfrenta el espacio donde las más tienen el control de cada uno de tus pasos. Aprender a “bailar” con desconocidos. A inhalar olores que atraen moscas, cucarachas negras, gusanos verdes y ratas. El acompañante de la muchacha conoce la zona. Cada tanto se lo recuerda a la joven para calmarla.

—En aquella esquina vendía pañales un amigo mío— le dice. —Cuando chamo, venía a comprarle tabacos a papá en las “cigarreras”. —¿Cigarreras? El muchacho ríe. —Esos son pasillos de puro cigarro. Angosticos, peor que estas veredas. Un vendedor de medicinas en Las Pulgas abre la caja del medicamento y corta el blíster para vender las píldoras detalladas.

Trescientos bolívares. Llegan a un callejón sin salida, tapizado con alambre de púas. Se amontonan cartones de huevo. Él alza una parte del alambre para que ella pase. —Compa’, ¿ Emthexate? —Emthexate, solo cuatro cajas, y las tengo a 10 mil. La muchacha lo mira. El precio legal no pasa los mil bolívares. —Nos sirve, compa’. La muchacha llora por dentro. Palidece. Teme. Teme a todo desconocido que la tropieza.

Convence a su acompañante de que regresen al carro y que compren la quimio después. Llegan al estacionamiento del mercado. El hombre, con actitud de policía retador, inspecciona el espacio. Se lleva sus manos por encima de la frente para evitar el sol. Focaliza. Baja una mano, tantea para buscar a la muchacha y así asegurarse de que esté bien. No ve el carro. Y no hace falta que sea ingeniero para calcular: se lo llevaron.

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