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La crisis desola al Callejón de los Pobres

Los clientes, el bullicio y la convulsión abandonaron al Callejón de los Pobres, en el Centro de Maracaibo. Los pasillos que en otrora estaban repletos de compradores, actualmente están desolados.

Por cada mesa de venta ocupada, hay tres o más vacías. Al menos el 40% de los comerciantes dejaron sus puestos debido a la crisis. Hasta hace dos años, recuerda Abel Arteaga, a las 6:00 a. m., cuando abría su venta de zapatos, ya el callejón estaba full.

La gente ya no viene a comprarse ropa o cosas por gusto. Compran por estricta necesidad y buscan siempre lo más barato”, cuenta el comerciante, quien desde hace 14 años tiene su mesa en el mercado.

El Centro ya no es sinónimo de economía para los marabinos. Los precios “espantan” a los compradores, según Marlene Rodríguez. Fue en busca de una pantalón para usar en sus días de trabajo, y el más barato ronda los 60 mil bolívares, los de menor calidad.

“Amarrar” a los clientes es una lucha diaria, hasta el punto que deben poner los precios “a raya” para, por lo menos, vender algo en el día, comenta Darío Rosales, vendedor de ropa de dama y caballero desde hace 14 años.

Desde que el dólar comenzó a subir de manera acelerada, los comerciantes empezaron a tener problemas para surtir la mercancía. Los precios se dispararon y la mayoría de ellos importa lo que vende.

Arteaga asegura que la mayoría de las personas que tenían puestos en el callejón decidieron irse a “bachaquear”. “Es preocupante ver esto tan desolado y más con el alto costo de la vida estos días”, reitera.

Hay pasillos que quedaron completamente vacíos. En otros, hay solo tres o cuatro comerciantes, que reparten la mercancía en varias mesas, para que se vea “más ocupado”.

La comida es prioridad 

Yenny Silva agradece que el callejón no esté tan lleno. Camina con tranquilidad mientras busca unos zapatos escolares para su hijo de ocho años. “Meses atrás no podías ni caminar por aquí. Era desesperante”, exclama.

Silva ya no va al Centro con la misma frecuencia que antes, cuenta. “En otra época, venía cuando tenía ahorrado algo de dinero y compraba cualquier prenda para mí o para mi hijo. Pero ahora cuando veo los precios, solo pienso en que eso puedo gastarlo en comida”, sentencia.

Después de las 2:00 de la tarde, el callejón se queda más solo, afirman los comerciantes. “Lo que está a la vista no necesita mucha explicación”, dice Darío, mientras señala los pasillos vacíos. Tres o cuatro personas caminan sin apuro en medio del silencio, que solo se interrumpe ante la pregunta de los vendedores: ¿Qué busca señora? ¿Pantalones, camisas?

Marlene desiste de comprar el pantalón. Los precios son más altos de lo que puede permitirse. Silvia paga 40 mil bolívares por los zapatos de su hijo. Le dolieron, asegura, pero eran necesarios.

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