El diario plural del Zulia

El periodismo de las emociones

Un cocinero llamado Michel Bras llevaba, cada atardecer, a su equipo de trabajo a la terraza del restaurante. Los obligaba a estar ahí hasta que el sol se desdibujara en el horizonte. “Entonces, señalando el cielo, les decía: ‘Ahora vuelvan a la cocina y pongan eso en los”.

Los escritores ponen atardeceres en los textos.

Y los periodistas también.

Leila Guerriero, periodista y cronista argentina, reprodujo esta imagen en su conferencia ¿Dónde estaba yo cuando escribí esto? (2014). El propósito de esa comparación respondía a la necesidad deponer atardeceres en los textos”, de embellecerlos con el propósito de generar emociones en quienes leen.

Las emociones están en el sistema límbico del cerebro, es la parte más primitiva de él; solo necesitan un estímulo, en este caso, la lectura, para activarse. Luego de la emoción que produce la sensación, sucede la percepción, que es la interpretación de esa sensación en el raciocinio, es decir, el aprendizaje.

Escribir es crear, es hacer artístico el discurso para producir la emoción de tristeza, decepción, alegría o ansiedad. No en vano la poética es la ciencia de los discursos. El periodismo se ocupa del “qué”, es decir, de los hechos, de la noticia, pero el “cómo”, esa composición o estructura artística, es el objetivo de la poética. Esta poética es la responsable de poner los atardeceres en los textos periodísticos.

Lograr poner un atardecer en los textos requiere de una compresión y aplicación de la técnica narrativa, como dice Alexis Márquez Rodríguez en su libro La comunicación impresa (1976), en el que distingue la función estética y expresiva de la narración literaria de la función informativa de la narración periodística.

El salvavidas del periodismo

datosversionfinalDesde el punto de vista narrativo, pocos de los hechos noticiosos reseñados en los periódicos regionales son atractivos. No se cuenta nada, solo se reproducen declaraciones y testimonios de los involucrados en los acontecimientos. No se siente movimiento, no se narra.

En su definición más primitiva, narrar es referir una sucesión de hechos que se producen a lo largo de un tiempo determinado. Da como resultado la variación o transformación de la situación inicial, de acuerdo con Martín Infante y Gómez Felipe en Apuntes de narratología. Y la narratología es la “disciplina que se ocupa del discurso narrativo en sus aspectos formales, técnicos y estructurales”.

Tanto el discurso periodístico como el literario cuentan algo. Ambas piezas son narración. Los reportajes periodísticos, los cómics, películas, crónicas, chistes y canciones son narraciones.

El ser humano es un narrador innato. Los problemas estructurales del periodismo (cómo contar mejor) los resolvió la narración en el siglo pasado. Ahora, se encarga la crónica que, igualmente, es una narración.

La crónica se define como un nuevo género periodístico-literario que informa e interpreta. Este nuevo género se introdujo para romper paradigmas en el periodismo tradicional. Se introdujo para dejar en segundo plano los modelos periodísticos que responden a la fórmula de la pirámide invertida y las 5WH.

Cronicar un hecho noticioso es echar un cuento valiéndose de recursos, elementos y figuras literarias para embellecer el discurso periodístico. La crónica que se conoce como periodística viene de los cronistas de indias y de los relatos de los conquistadores de América. Se vio impactada por el auge modernista y los cuadros costumbristas europeos. Poco a poco tomó forma y se convirtió en la novedad del periodismo actual.

datosversionfinalHablar de crónica en el periodismo no es nuevo en América Latina. Tiene que ver con algo que en la década de los años 60 se llamó «nuevo periodismo». Para Darío Jaramillo Agudelo (2012), la crónica periodística es la pieza narrativa de más apasionante lectura y mejor escrita hoy en día en Latinoamérica. Carlos Monsiváis, padre del periodismo narrativo latinoamericano del siglo XX, define a la crónica como “la reconstrucción literaria de sucesos y figuras, género donde el empeño formal domina sobre las urgencias informativas”.

De eso se trata, de habitar espacios. De morar —por el tiempo que sea necesario— en el lugar donde suceden los hechos. Rastrear. Oler. Sentir. Observar personajes y ambientes, todo para ubicar al lector en un sentimiento y apuntar a su corazón.

 

 

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