El diario plural del Zulia

El paisaje humano de Paúl René

“Mi amor tu sí eres grande”, le expresó Marlene Camacho a su hijo menor, al ver las imágenes donde socorría a un niño la mañana del pasado lunes 8 de mayo, durante una emboscada con lacrimógenas arrojadas por militares, a las afueras de la Fundación Niños del Sol, en la avenida Padilla.

El orgullo no le cabía en el corazón, cuenta Marlene. Ese día, las imágenes de Paúl René Moreno Camacho y de todo el equipo de rescatistas de la Cruz Verde, a la que pertenecía el estudiante de Medicina, fueron tendencia internacional en las redes sociales.

Esa mañana, Paúl solo cumplía con su labor de salvar vidas, como le respondió a su madre tras los elogios. Sin saber que se inmortalizaría como un héroe diez días más tarde. Ayer, familiares y amigos se concentraron en la avenida que desde este jueves, lleva oficialmente el nombre de Paúl René Moreno Camacho, donde fue arrollado por una camioneta Hilux blanca, pasadas las 3:30 de la tarde del jueves 18 de mayo.

Pidieron justicia y celeridad en el esclarecimiento del caso, allí donde estaba sentado al momento del arrollamiento y donde ahora un árbol echará raíces en su honor. Diferentes facetas definen los 24 años que alcanzó a vivir Paúl. En los primeros 10, la pasión por la esgrima, disciplina insigne en su familia, lo llevaron a ser Campeón Nacional de Florete. Siguiendo el legado de su abuelo Luis “Lucho” Moreno y el de su principal maestro, Germán Moreno, su padre. “Era zurdo como yo”, recuerda el señor. Minutos después, sus ojos llorosos clamaban justicia por la muerte de su hijo.

Moreno no solo sembró en sus dos hijos, el periodista Carlos Javier Moreno Camacho, y Paúl, el interés por la esgrima, sino el amor por la música, especialmente por la salsa. Carlos rememora la infancia junto a su “consentido” y su padre, escuchando la Dimensión Latina, en la sala de su casa en San Jacinto y tocando algún instrumento de percusión.

“Era un excelente percusionista. Mi padre y yo nos quedamos cortos para lo que logró. Tocaba timbales, conga, tambora, caja flamenca y el guayo”, contó el comunicador. Paúl nunca lo llamó por su nombre, para él siempre fue su “hermanito” y la bendición al verlo no faltaba, incluso luego de que su hermano mayor se erradicara en Madrid, España.

Nunca un momento amargo, solo amor, besos, música, estudio y trabajo marcaron la relación entre hermanos. Fue y siempre será el “rey” de Carlos. Su amor trascendió con el nacimiento de Catalina, hija del mayor de los Moreno Camacho y la princesa consentida de su tío Paúl. El nombre de la pequeña quedó grabado en el brazo izquierdo del estudiante, quien demostró también afición por los tatuajes. Tenía al menos ocho en sus piernas y brazos.

Las altas califi caciones durante su bachillerato, cursado en el Liceo General Eduardo Pérez, en San Jacinto, donde nació y creció, le dieron ingreso a la Facultad de Medicina de la Universidad del Zulia, a través del programa de Admisión por Mérito Académico (AMA).

Paúl, el amigo

En medio de todas sus responsabilidades como estudiante del 5to año de Medicina, rescatista de la brigada de los cascos verdes, y vendedor de una tienda de productos electrónicos en el Centro Comercial Doral Center Mall, Paúl aún guardaba energías para largas fiestas con sus amigos, no sin antes asegurarse de qué comería su madre, con quién dormía todas las noches, cuenta Aldo Casanova, uno de sus mejores amigos y compañero de trabajo.

“Trabajaba mucho, pero al final de la semana siempre me decía: “Aldo, tenemos que disfrutar todo lo que trabajamos”. Salíamos todos los fines de semana. No sé como hacía para estar siempre de buen humor con tantas responsabilidades”, señaló el amigo, quien compartía más con el joven que con su familia, relata. Nacionalista, entregado a su país, así lo recordará Aldo, a quien siempre le expresaba sus deseos de quedarse en el país que lo vio nacer.

De niños, manejando bicicleta y jugando al escondite en la plaza de la urbanización, lo llevará siempre en su memoria Gustavo Ibarra, vecino y amigo que desde hace más de 20 años celebraba cada 21 de septiembre el cumpleaños de Paúl.

Nunca agresivo, nunca problemático. Desde pequeño siempre fue el blanco de los “chalequeos” de los panas, recuerda entre risas Gustavo. Tyrone José, su perro Pitbull, de pelaje marrón y ojos verdes, fue otro de sus mejores amigos. “Su bebé”, contaron los jóvenes con jocosidad.

De sus amores

Su “cupido” fue Ignacio Sagasti, compañero de trabajo en el Doral. Lo recuerda enamoradizo y detallista con las mujeres, aunque de vez en cuando él le tendía la mano en sus conquistas.

“Le decía qué regalos hacer, e incluso yo regalaba cosas por él cuando le daba pena (...) Sus amigos solo le conocimos una novia oficial. Ella”, dijo señalando a Oriana Antúnez.

De tez blanca, 19 años y contextura delgada. Deja rodar dos lágrimas mientras cuenta que nunca dejó de amarlo. Su relación duró escasos seis meses, pero luego de ella los unió una invaluable amistad, que suma cinco años. “Era increíble, maravilloso. Te hacía crecer como persona (...) A pesar de todas sus obligaciones nunca me descuidó. Era detallista, pero no como todos, con cosas materiales”, reveló Oriana.

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