El diario plural del Zulia

Conozca las historias de dos abuelas 4x4

En Venezuela la celebración del Día de las Madres se institucionalizó en 1924, con una ley del Congreso Nacional que decretó la celebración anual en todo el territorio. Este festejo poco a poco fue adaptándose a las fiestas internacionales.

Desde entonces cada segundo domingo de mayo está marcado en letras gruesas. Versión Final se lo dedica a dos personajes llenos de amor y energía. Las abuelas siempre han sido las consentidoras, las que nos defienden cuando mamá o papá nos castigan y las que guardan algo rico en la nevera esperando a que lleguemos a devorarlo. Siempre sonríen.

Abuelas cocineras, costureras, comerciantes, amas de casas. Muchos de quienes viven en la urbanización La Rotaria conocen a Mamá Iris, una mujer que le ha entregado su vida a la Iglesia, a sus hijos y a sus nietos, agregando más y más, cada día.

Iris María Ocando, viuda de Salazar, tiene 87 años. Creció en una familia numerosa compuesta por 11 hermanos y ambos padres, quienes les inculcaron la importancia del estudio, lo que la llevó a convertirse en secretaria. ‘‘Mis padres siempre quisieron que estudiáramos para salir adelante. Mi papá era muy trabajador, hacía de todo un poco y mi mamá se quedó en la casa cuidándonos a nosotros”, contó con una sonrisa dibujada en el rostro.

Mamá Iris trabajó en un sinfín de empresas, principalmente en las mayores petroleras del país (como la reconocida Shell) y en casas de comercio. ‘‘Me rotaban cada tanto porque era la mejor en mi trabajo. Eso hizo que mi currículo fuera del tamaño de una resma de papel’’, sonrió.

Al conocerla, por su apariencia de matrona, se espera que haya tenido cinco o más hijos, pero de su matrimonio solo tuvo tres. ‘‘Más tres hijos que vinieron del anterior matrimonio de mi esposo y una hija wayuu que, por ser mi ahijada, se crió y educó en mi casa’’. Eso no la detuvo y siguió trabajando para ayudar a su esposo. Tiene diez nietos y seis bisnietos.

viejitosEn la sala de su casa tiene colgados varios cuadros de paisajes zulianos, todos pintados por ella. Estudió para ser manualista en la Escuela de Labores y en la Academia de Artes Plásticas del Zulia. Le gusta pintar en sus ratos libres y asegura que, en ocasiones, siente la necesidad de plasmar algo que no puede sacarse de la cabeza.

Avocada a su fe católica, Iris, junto con los vecinos del sector, puso ‘‘las primeras piedras’’ de lo que es actualmente la Iglesia San Pablo de la avenida principal de La Rotaria. ‘‘La primera misa se hizo en casa de una hermana por la calle del parque y luego se pasaron para mi casa. Poco a poco buscamos donaciones y se pudo crear finalmente el templo’’.

Incansable
Trabajó con todos los sacerdotes que oficiaron desde su creación, pero fueron el padre Ignacio y el padre Lenín quienes comenzaron con el ahora popular “Mamá Iris”. ‘‘Fui coordinadora de muchos grupos de jóvenes y adultos y los sacerdotes comenzaron diciéndome ‘Abuela’, pero uno de ellos me dijo ‘Mamá’ y así me quedé. ‘Yo soy la Mamá Iris de La Rotaria y me siento muy feliz de tener tantos hijos y nietos’’, comenta con una alegría deslumbrante.

Actualmente, debido al reposo luego de varias operaciones en la rodilla derecha, abandonó su participación en la Iglesia, pero siempre recibe a ministros que le llevan la comunión e incluso organiza misas y rosarios en su casa. Laboró mucho tiempo con su esposo para sacar adelante a su familia, pero también considera fundamental el tiempo que le dedica a la Iglesia.

Además, considera importante incluir a los jóvenes en las actividades de la iglesia, crear conciencia de lo importante que es la vida en Cristo y espera que todos puedan experimentar la misma satisfacción que ella al servir al Señor.

madreUna madre cibernética
En la actualidad, es común que los jóvenes utilicen todas las redes sociales, ¿pero una abuela haciendo lo mismo? Este es el caso de Senaida Margarita González, de 67 años, quien utiliza Facebook, Skype y asegura pasar sus ratos de ocio en Badoo.

Senaida tiene cinco hijos, nueve nietos y cuatro bisnietos que la llenan de amor. Su familia la define como una guerrera sin miedo a nada, dispuesta a hacer hasta lo imposible por lograr lo que se propone.

Después de vivir un tiempo alquilada consiguió, gracias al Instituto Nacional de la Vivienda (Inavi), un terreno en el barrio Mi Esperanza, al lado del Retén El Marite. ‘‘Nos dieron a mi esposo y a mi ese terreno solo, sin nada y unos vecinos me dieron unos palos para marcarlo, otros les dieron a mi esposo unas latas y así fuimos armándolo’’, recuerda.

Se creó un nombre en su comunidad gracias a su determinación y lucha por los servicios del barrio. ‘‘No teníamos aguas negras, el agua por tubería no llegaba hasta allá, no había alumbrado. No había casi nada, pero llegué yo’’. Asegura que, de no haber estado ella ahí, todavía seguirían en las mismas condiciones. Las latas, los retazos de sábanas, el cartón y los inicios de futuros árboles de sombra y fruto dieron vida a su nuevo hogar. ‘‘Más o menos lo emparapeté, pero era mi ranchito y era mío, lo único mío hasta ese momento’’.

El ‘‘ranchito’’ fue creciendo conforme llegaron los hijos mayores, quienes agregaban una pieza nueva o arreglaban las ya existentes. Recuerda con mucha risa las primeras lluvias: ‘‘Una vez estaban mi hija y una amiguita durmiendo en el colchón (porque no teníamos cama aún) y empezó a caer un aguacero casi torrencial. Cuando entré al cuarto estaban las dos flotando y sin despertarse siquiera. Después no hallaban cómo salir sin mojarse’’.

Uno de sus hijos le hizo un dibujo de cómo debía ser la ‘‘casa de sus sueños’’ y, luego de otorgado el título de propiedad, construyeron la casa usando ese modelo. Con mucho trabajo compraron el cemento, los bloques y las cabillas y lo armaron ellos mismos al principio, luego tuvieron ayuda.

Senaida creó una guardería para cuidar a los niños del barrio y ellos se divertían jugando con los patos y gallinas que ella criaba. ‘‘Tenía matas de mango, caujíl, guayaba y la señora de al lado tenía de limón, así que los guarapos nunca le faltaron a mis niños. Algunos lloraban cuando se iban porque les encantaba estar en mi casa’’.

Trabajó por un tiempo en una fábrica de cerámica y todos sus hijos la ayudaban a moldear las piezas. Hizo cursos de macramen, pintura sobre tela, cerámica al frío y caliente, corte y costura, muñecas de trapo, bolsos tejidos y de cualquier cosa que le llamara la atención. Ella es como Mamá Iris, un personaje en su comunidad, una madre única, ángel, una abuela 4 x 4.

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